María I de Inglaterra, también conocida como María Tudor y apodada "Bloody
Mary" (María la Sanguinaria), nació el 18 de febrero de 1516 en el Palacio de Placentia, en Greenwich, Inglaterra. Fue la única hija sobreviviente de Enrique VIII y su primera esposa, Catalina de Aragón.

María tuvo una infancia privilegiada, pero sus perspectivas cambiaron drásticamente cuando Enrique VIII buscó anular su matrimonio con Catalina para casarse con Ana Bolena, con la esperanza de tener un heredero varón. La anulación del matrimonio de sus padres en 1533 y la subsecuente proclamación de Isabel, hija de Ana Bolena, como heredera legítima, llevaron a que María fuera declarada ilegítima y apartada de la línea sucesoria.

A pesar de estos desafíos, María mantuvo su fe católica firmemente, lo que la aisló aún más en un país que se inclinaba hacia el protestantismo bajo el reinado de su hermano, Eduardo VI. Durante el reinado de Eduardo, María vivió bajo constante presión para renunciar a su fe católica, pero se negó a hacerlo.


Tras la muerte de Eduardo VI en 1553, María reclamó el trono, desafiando los intentos de los protestantes de instalar a Lady Jane Grey como reina. Con el apoyo del pueblo y la nobleza, María entró triunfante en Londres y fue proclamada reina el 19 de julio de 1553, restaurando la línea legítima de los Tudor.

El reinado de María I estuvo marcado por su ferviente deseo de restaurar el catolicismo en Inglaterra. Esto la llevó a casar a Felipe II de España, un matrimonio impopular entre sus súbditos debido a los temores de una dominación extranjera y la posible anexión de Inglaterra a los dominios españoles. Aunque María amaba a Felipe, el matrimonio fue políticamente tenso y no produjo herederos, ya que los embarazos de María resultaron ser falsos.

María reinstauró la obediencia al Papa y derogó las reformas protestantes de su padre y su hermano. Su persecución de los protestantes, que incluyó la quema en la hoguera de unos 300 reformistas, le valió el apodo de "Bloody Mary". Estas medidas represivas, junto con su impopular alianza con España, erosionaron su apoyo popular.



A pesar de sus esfuerzos, la restauración del catolicismo no tuvo éxito a largo plazo. La persecución religiosa y la represión política causaron gran resentimiento entre sus súbditos, y su reinado estuvo marcado por la agitación y la inestabilidad. Además, su fracaso en producir un heredero significó que a su muerte, el trono pasaría a su media hermana Isabel, una protestante, garantizando el retorno de las políticas reformistas.

María I murió el 17 de noviembre de 1558 en el Palacio de St. James,
probablemente de una enfermedad relacionada con un cáncer uterino o un quiste ovárico. Su reinado, aunque corto, tuvo un impacto duradero en la historia inglesa, especialmente en términos de la relación entre la corona y la religión. Fue sucedida por Isabel I, quien restableció el protestantismo y guio a Inglaterra hacia un periodo de expansión y prosperidad.

El legado de María I es complejo: mientras algunos la ven como una mártir de la fe católica que intentó restaurar lo que consideraba la verdadera religión en Inglaterra, otros la recuerdan por la brutalidad de su persecución religiosa y su incapacidad para entender las corrientes religiosas y políticas de su tiempo.